Vanesa González-Rizzo Krasniansky
“Cuando dios hizo al primer ser humano,
lo pintó en los ojos, la boca y el sexo, entonces pintó
nombres en cada persona para que su dueño no lo olvide.
Cuando dios aprobó su creación le dio vida al modelo
de su pintura firmándola con su propio nombre.”
De El libro de cabecera, de Peter Greenaway (texto de la primera escena).
En el presente escrito se harán algunos comentarios sobre aspectos de la condición humana desde un enfoque psicoanalítico a propósito de uno de los filmes preferidos de la autora, El libro de cabecera, de un director grandioso: Peter Greenaway, cuya manera de hacer cine posibilita este tipo de lectura, aunque en este caso quizá —afirma— es más atinado decir este tipo de caligrafía cinematográfica con tintes psicoanalíticos.
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Sin tomar en cuenta otros elementos magistralmente resueltos —la plástica, la música, la fotografía, el guion ni la edición—, en El libro de cabecera hay una mezcla entre belleza y carencia, extremadamente atractiva. Desde las primeras escenas estamos inmersos entre la piel, los nombres, las repeticiones y la escritura, que nos muestran las historias propias y las ancestrales, eso que se porta al ser nombradas. La lengua materna que nos da existencia e historia y la ley paterna creadora de cultura. No han pasado cinco minutos de cinta y ya respiramos el impacto del poder, el abuso y su inscripción en la historia familiar. Sentimos eso que nos mantendrá en la butaca alertas, fascinados y profundamente doloridos durante los 120 minutos restantes.
Padres y madres (o, para ser más precisa, diré figuras paternas y maternas, que no siempre tienen que representarse por el padre o madre biológicos) al nombrarnos, nos firman, nos dicen de ellos y garantizan su creación. También se hacen dueños de “eso” que han gestado. Es así como el nombre nos ayuda en el pasaje de ser un trozo de carne a transformarnos en humanos, en cuerpos erógenos. El nombre propio es lo que asegura la “cohesión narcisística”¹ del sujeto, puesto que es el significante más arcaico y más básico de su relación con los otros. Tiene como referente permanente un cuerpo, a través del cual los demás le reconocen. El nombre propio siempre está ligado al cuerpo y a la presencia de quien nos nombra. De allí la fuerza de la escena en la que un padre nombra con la palabra y a la vez pinta sobre el cuerpo eso que habla.
El cuerpo. Es el gran tema de la película, y no solo el cuerpo físico, ese que para todos nosotros está hecho de carne y huesos. Es el cuerpo psíquico el que está presente con fuerza y se manifiesta en los diferentes escenarios que la protagonista permite ver. Creo que podemos hablar en plural: son los cuerpos los que nos acompañan, en su desnudez y fragilidad, con la belleza y la poesía, también, con todas las penurias y corazas defensivas posibles.
Cuerpo, tan nuestro y tan ajeno
Continuemos en compañía de Francoise Dolto, la psicoanalista francesa experta en los primeros años de la existencia, para destacar dos procesos básicos que se articulan por medio del narcisismo: el de necesidad, es decir, las tensiones de placer y dolor del cuerpo biológico, y el del deseo, la inscripción de tales percepciones en el mundo simbólico. Dolto parte de la idea de que no se deben confundir imagen del cuerpo y esquema corporal.
El esquema corporal se estructura mediante el aprendizaje y la vivencia del cuerpo en las dimensiones de la realidad. Es, por tanto, producto de la experiencia del cuerpo en el mundo físico (experiencias musculares, óseas, viscerales, sensoriales, etc) y depende de la integridad del organismo. Es el sustrato biológico del existir, en principio (y en general) del mismo modo para todo individuo de la especie.
En cambio, la imagen del cuerpo es producto de la historia de cada sujeto, de la intersubjetividad… es la “síntesis viva de nuestras experiencias emocionales”² . La idea de Dolto y el desarrollo que hace, es interesantísimo, y en esta película se ejemplifica con mucha claridad. La imagen del cuerpo es la memoria inconsciente de la vivencia racional. Lo que articula al esquema corporal con la imagen del cuerpo, es el nombre propio.
Es así como regresamos a nuestra primera escena y la impronta que ella pudo haber dejado en la imagen del cuerpo de Nagiko. Este rito que se repite cumpleaños tras cumpleaños y que tiene elementos inamovibles como la música china que pone la madre, para representar su lengua, la visita del editor al padre, y la huella sobre la imagen inconsciente del cuerpo de Nagiko al ser escrita con su nombre. Escena que en lo central se perpetuará de generación en generación (como se muestra al final de la cinta).
Es la figura materna, también un día de cumpleaños, la que le presenta el libro de cabecera, ese que escribió una mujer llamada como ella: Nagiko. Es un libro ancestral que a los 28 años de la protagonista tendrá 1000 de existencia.
Greenaway introduce una de sus obsesiones: las listas. Es un hombre que cree en el valor de catalogar. (En el 2007 nos deleitó en el Palacio de Bellas Artes de la Cuidad de México con el espectáculo “100 objetos para representar al mundo”, una ópera pop de acuerdo con lo que él mismo dijo, que resultó un espectáculo de artes plásticas realmente deslumbrante.)
Así, es la madre la que va articulando eso que se presenta como experiencias del vivir, es ella la que “organiza las listas”, la que nos ayuda a filtrar y acomodar los estímulos externos, y nos facilita la creación del mundo interno. Este papel resulta fundamental para la mente y para la posibilidad de desarrollar el psiquismo. Es por ello que la película me parece una bella metáfora para la comprensión de distintos aspectos que integran la parte central de una persona. El rito inicial, se corola con el reconocimiento de su figura a través del espejo. Los padres muestran su imagen, y en ese volverse a encontrar, se juega el “desconocimiento crónico”³ que la acompañará en la vida.
Vemos constantemente la presencia del deseo, del cual Nagiko parece ser su representación. El deseo constituye las infinitas y variadas maneras de anhelar eso innombrable que nos falta. Hace honores y permanece insatisfecha, hasta que encuentra al amante del editor. Él saciará parcialmente a Nagiko, al menos le permitirá la venganza contra el hombre que sojuzgó a su padre y rechazó sus textos con el argumento de que usaba un papel deficiente. Después de su recorrido por pieles amantes, que solo serían grandiosas si logran el arte de la escritura como ella anhela, encuentra a Jerome (Ewan McGregor) quien le propone ser su hoja en blanco.
Comienza la entrega de 13 libros y el recorrido por las emociones básicas. Aparece el amor intenso, los celos desgarradores, la pasión, la traición, las obsesiones. Jerome muestra a su amante el primer libro y lo deja cautivado. A manera de homenaje a Las mil y una noches, se suceden los textos: el libro de la inocencia, el de la idiotez, el libro de la impotencia… El editor los espera con ansias; cada libro va escrito en el cuerpo de su amante. Son una obra de arte para los cinco sentidos, puesta al servicio de las intenciones de Nagiko.
Ella, en un arranque de celos, decide escribir la historia en otro cuerpo. Es así que envía el quinto libro, el del exhibicionismo en un nuevo papel humano. Jerome no lo soporta y corre a reclamarle. Jamás le da audiencia, no emite palabra, se encierra y lo hace sufrir.
El drama se ha instalado, el amor al estilo de Romeo y Julieta se presenta y Jerome se quita la vida tomando pastillas con tragos de tinta. Esa que le escribió, ahora le da muerte. Sin saber del todo que su amante yace sin vida, Nagiko lo encuentra para pedirle perdón y antes de descubrir la tragedia, en ese umbral entre la vida y la muerte nombra al sexto libro, con su escritura: el de los amantes.
Constantemente vemos cómo el cuerpo “habla” de múltiples maneras, expresa subjetividad que es invariablemente (y en esta película, de manera muy clara) tensión y lucha. El editor recibe al inerte Jerome y toma el texto, se queda con la piel-papel y encuaderna al amante.
En la siguiente entrega, se juega con la poética de manera hermosa. Es el libro del seductor el que nos muestra la paradoja entre lo efímero de la palabra, sus ecos y la permanencia. El papel llega mojado, se escurre la enunciación, el significante está a punto de desvanecerse, aunque en la búsqueda se rescata parte del significado.
Vienen libros que mantienen el misterio. Como diría W. Bion al referirse a la publicación, libros que hacen “acciones públicas” por medio del cuerpo y la piel. El de la juventud, el de los secretos, cuyo mensaje parece un cuadro grabado en el cráneo, seguido de textos entre los dedos. Nos presenta el libro del silencio, escrito en la lengua. El de la traición, seguido por el de los falsos comienzos. El espectador vive un diálogo con la corporeidad, que implica tomar contacto con los secretos más celosamente guardados, ocultos en los pliegues de la carne.
Se cierra la lista con el libro de la muerte. En este último libro, Nagiko expresa todo su odio, logra hacer la denuncia del abuso, el poder y la violencia sufrida por su familia. Le dice al editor que ha vivido suficiente. La acción pública del libro de la muerte cumple con su cometido. El editor se envuelve en la piel-libro de Jerome y no se opone a los designios de lo escrito.
A los 28 años y con un bebé en brazos, nos anuncia que está lista para hacer su propio libro de cabecera. En ese instante podemos apreciar cómo la protagonista descubre su pecho para amamantar y su cuerpo está tatuado. Queda el registro de las experiencias. Nutre con leche y con historia ancestral al nuevo ser. Muestra con belleza cómo el lenguaje introduce al cuerpo en el mundo simbólico. La ceremonia continúa… Escribe a su bebé y le nombra.
Aunque aparentemente he narrado la película, lo dicho no tiene punto de comparación con el impacto estético de verla y vivir la experiencia. Si usted es de las personas que, como Greenaway, cree que en su vida “dos cosas no nos han de faltar: los placeres de la carne y los placeres de la literatura”, no debe dejar de verla.
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1 La idea de la cohesion narcisística es tomada de Francoise Dolto en la Imagen inconsciente del cuerpo ed. Paidós. 1994, España. pp.299
2 Idem
3 Como diría Lacan
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Reseña publicada en TROPO 7, Nueva Época, 2015.