Miguel Ángel Meza
Con Kali la Oscura —segunda novela de su Trilogía de la Isla Grande— en edición de autor y colocada ya en Amazon para ser descargada por los lectores, el escritor Andrés Jorge habla en la siguiente entrevista de la apuesta estilística de su nueva etapa como creador, reafirma su confianza como editor independiente y revela que pronto iniciará su novela cancunense, un thriller intenso que seguramente atrapará a su cada vez más creciente público lector.
Mi encuentro con Andrés Jorge rezuma la impronta de los buenos augurios. La lectura de su novela Pan de mi cuerpo (adquirida circunstancialmente en una librería de libros usados), un correo-e suyo recibido justamente a las pocas semanas de haber terminado ese libro (como si fuera tan normal recibir correos-e de los autores que uno lee), el contacto inmediato para impulsar en conjunto la cultura literaria de Cancún, la lectura atenta de sus otras novelas (especialmente Barcos que se cruzan en la noche y Kali la oscura) y el paulatino desarrollo de una amistad basada en el respeto intelectual mutuo y el amor por la buena literatura, parecen las fases de un proceso tramado por el azar y el destino de las buenas causas.
Hombre de cordial sencillez, generoso y amigable, escritor que busca defender a toda costa su compromiso indeclinable con el trabajo creativo, Andrés Jorge muestra en la siguiente charla una conciencia artística rigurosa y la seguridad de quien ha encontrado el camino hacia la realización de su proyecto literario más ambicioso y personal, un camino que parece llevarlo con paso firme hacia el justo reconocimiento de una obra de valía innegable.
—Compuesta por cinco novelas —cuatro publicadas y una a punto de circular—, tu obra se divide al parecer en dos etapas. Una formada por Pan de mi cuerpo, Te devolverán las mareas y Voyeurs; y otra por Trilogía de la Isla Grande —integrada por Barcos que se cruzan en la noche, Kali la oscura y Cábalas (en proceso avanzado de escritura). ¿En qué has cambiado entre una y otra?
—Encontré una voz narrativa, un estilo propio. Entre ese primer período y el segundo pasaron casi diez años. En ese lapso escribí dos novelas y las deseché. No es un cambio tan radical de cualquier modo; con la Trilogía de la Isla Grande, pulí y consolidé una manera de contar historias que ya se manifiesta en mis libros anteriores.
—Has afirmado que Agota Kristof, escritora húngara poco conocida por el gran público, y su obra inspiraron la Trilogía de la Isla Grande…
—Aunque los gemelos de la trilogía de Agota Kristof son dos, los libros son tres. El estilo de la autora, seco, directo, entrecortado; la forma desapasionada, amoral, casi cínica con que narra los hechos más espeluznantes; la elipsis maravillosa con que evita cualquier juicio de valor… Leer El Gran Cuaderno (de La Trilogía de los Gemelos) fue como esas pruebas de ADN que hacen irrefutable la evidencia de un caso. Y no solo por la escritura, sino por el modo de plasmar la historia sobre un fondo tan cercano al que yo identificaba con la Isla Grande: de encierro, de plaza sitiada, de fronteras entre un Acá dentro y un Allá afuera. Desde el primer momento prefiguré la Trilogía de la Isla Grande como eso. El peso de la historia recaería sobre uno de los tres hermanos —mi propio referente familiar—. Cuba, la Isla Grande, pondría el resto, el enclave natural, un entorno que no distaba mucho en esencia de la villa asediada por la guerra en la que crecen, y de la que al final pretenden escapar, los gemelos de Agota Kristof.
—La Isla Grande del título hace alusión inequívoca a Cuba, pero en las novelas no se menciona a ésta por su nombre, sino por referencias que no siempre comprende el lector no familiarizado con la historia de Cuba. ¿Cuál es la función de estas menciones en clave que nunca se develan?
—Hago una precisión: en Kali la Oscura se habla de Cuba como tal. Cuando se retoma la Isla Grande, se está haciendo alusión, directa o indirecta, al ‘manuscrito de Adri’. Kali no tiene razón alguna para no llamar a su país por su nombre. El narrador de Barcos que se cruzan en la noche, por el contrario, al inicio de la historia se funde con un protagonista adolescente y usa un lenguaje asimilado de los mayores para referirse a su realidad. Aquí no se inventa nada; así se hablaba en Cuba en esa época, entre el eufemismo y la ironía. La gente se iba para el Norte, no para Estados Unidos; quienes, como mi padre, no estaban con la Revolución, se referían a ella como Esto, incluso los nombres de sus líderes, como Fidel Castro, tenían muchos matices y connotaciones, los que lo seguían y admiraban le decían El Fifo, el Caballo; quienes lo odiaban se referían a él como Quientusabes, y así. El Antes era una referencia a la Cuba capitalista, anterior de 1959, con connotaciones positivas o negativas según de quien vinieran (las cosas de Antes eran mejores porque eran americanas, no rusas, que era sinónimo de feo y contrahecho; incluso a los rusos se les llamaba Bolos). Ese lenguaje, contextual, es para mí más rico que cualquiera. No se trata de crear un Macondo, una Comala, aunque de alguna manera también funciona así: la Isla Grande es un territorio de fábula de su narrador, que se va develando y descubriendo para el lector con otras claves, a medida que el mismo narrador, junto a su protagonista, entra en la vida adulta, toma plena conciencia de su entorno dentro de un contexto mundial, por así decirlo.
—Barcos que se cruzan en la noche es una novela de aprendizaje que muestra la pérdida de la inocencia de Adrián Niebla y la desintegración de su entorno familiar. ¿Qué tanto hay de Andrés Jorge en Adrián? ¿Qué tanto de tu familia en la familia Niebla?
—Mucho. El entorno en el que se mueve Adrián Niebla es el del autor, los campos de tabaco de Pinar del Río, entre los que nací y cuyo aroma cambia con el momento de la cosecha, desde que es una plántula hasta que se enrolla el puro, un olor que define para mí hasta las estaciones del año. Pero también la familia siempre dividida entre quienes se alinearon con la Revolución y quienes la odiaron desde el principio, el antagonismo entre Gusanos y Comecandelas, amándose, odiándose, conviviendo hasta que la Revolución misma igualó casi todo en el mismo contexto de miseria material. Las escuelas en el campo, el huracán Alberto como hito, los huracanes en general, que tienen un peso en las dos novelas y que marcan cada generación de cubanos, todo eso y muchas cosas más, pero también hay fuertes dosis de fabulación porque se trata de novelas, ficción, no periodismo, ni denuncia social, ni nada de todas esas tendencias de cierta literatura que hoy evito. Soy novelista, no historiador, ni filósofo, y mucho menos político, lo cual tampoco quiere decir que sea apolítico.
Mi pacto es con la honestidad
—En la novela, dos técnicas narrativas afectan el modo subjetivo de percibir la historia: el tiempo verbal del narrador (presente histórico) —que acerca el tiempo del lector al tiempo de la narración— y la aparición de diálogos sin convenciones tipográficas —que parece fusionar la voz del narrador con la voz de los personajes—. Esto crea una complejidad interesante. ¿Estabas consciente de esta complejidad?
—Estoy muy consciente de todos los recursos narrativos que ulitizo, porque los uso a conciencia, pero el objetivo es siempre el mismo: contar la historia de la mejor manera posible. El escritor, como cualquier profesionista, maneja un instrumental con que hacer su trabajo; cuantas más herramientas sepa usar y más técnicas maneje, más opciones tendrá de obtener el resultado deseado. Escribir (que no es redactar) es eso: aprender a usar las herramientas adecuadas para realizar esta o aquella labor, aplicar una capa de color aquí, una textura allá, usar herramientas incluso inadecuadas, con la esperanza de generar un resultado diferente. El lenguaje es el material que hemos de modular, cincelar, amasar con cariño, con deseo, para darle forma. El presente histórico, muy recurrido por los escritores nortemericanos que tanto leo, provee a la narración de una cierta urgencia, una necesidad de seguir adelante que agiliza la prosa, empuja al lector, lo incita a ir por más; es bueno para eso. Por lo demás, la omnisciencia narrativa está muerta y enterrada, en el siglo XIX, por cierto. El escritor pretende ser Dios, pero el narrador, al que necesariamente tiene que apelar, es un ser humano y por lo tanto su visión de cualquier hecho tendrá que ser parcial, limitada, deficiente; así que el escritor termina por saber sobre su historia lo mismo que el lector, o sea, lo que su narrador fue capaz de transmitir.
—Esto deja muchos enigmas en la novela que no se revelan y cuya solución el lector debe inferir. A algunos lectores les ha costado entrar a este pacto. ¿Qué propuesta de lectura sugieres con esta decisión?
—Mi pacto es, primero, con la honestidad. Me van a leer los que puedan y quieran hacerlo. Y es bueno establecer las reglas desde el inicio de la novela; se le exige al lector de entrada, pero a la vez presiento que hay una velada promesa de recompensa, un asomo de complicidad, algo así como ‘te voy a hacer pasar un poco de trabajo al principio, pero pronto verás que valió la pena’. La otra cara de la moneda es: si vienes aquí a ‘coger mangos bajitos’ como dirían en el campo cubano, te equivocaste de lugar; nada bueno en la vida se obtiene gratis, y para mí es importante que el lector se tome la lectura tan en serio como me tomo yo la escritura. En mi soberbia, llego a creer incluso que mi esfuerzo merece un poco de compromiso por parte del lector para el que escribo que, lo sé, no es ese gran público de librerías de aeropuerto. Supongo que eso no me hará muy popular, o a mis libros, pero es un riesgo ya asumido.
—¿Cuál es el lector ideal de Andrés Jorge?
—Lo dije ya en otra entrevista: “hay dos tipos de lectores: los que leen para evadir la realidad, y los que lo hacen para confrontarla. Y hay dos tipos de escritores: los que sirven en bandeja de plata un amplio surtido de evasión a los primeros, y los que luchan por aprehender la realidad en sus más sutiles matices y al final decirle a su lector: ahí tienes, a ver cómo te va con eso”. Me gusta el lector que lee entre líneas, entre palabras, que espera encontrar significados profundos y ocultos enredados en las palabras… si no es mucho pedir. Y no lo es, porque los he encontrado, ahora mismo, entre asistentes a los talleres de lectura de Cancún…
—Cada novela de Trilogía de la Isla Grande presenta una versión de hechos similares vividos en la infancia contada por los tres hermanos de la familia Niebla. Un hermano para cada novela desde perspectiva distinta. ¿Hay que leer las tres obras para comprender a cabalidad los misterios, los secretos y la censura a que se enfrentan?
—Sería formidable que se leyeran los tres libros; creo que es el sentido de escribir una trilogía, pero no es imprescindible. Aclaro: la relación entre estas tres historias no es de continuidad. Si para mí hubo algún hallazgo en la Trilogía de la Isla Grande, desde su concepción, es el hecho de que el lector, entre las múltiples opciones que tiene, y enigmas a los que debe aportar sus propias afinidades electivas, está la libertad de elegir a quién creer. Kali la Oscura puede presentarse como la historia ‘real’, y Barcos que se cruzan en la noche como una obra ‘ficticia’, pero aún falta Cábalas y lo que tenga que decir, su aporte al concierto de voces y al… desconcierto del lector.
—Barcos… toca dos temas que interesan especialmente a todo cubano de esta época: el sentimiento de pérdida y desarraigo de toda una generación y hasta de una nación. Pero también están presentes el nacionalismo como doctrina, el mercado negro, la represión a los disidentes, el narcotráfico, la manipulación oficial de la Historia… ¿Trilogía de la Isla Grande es tu versión del fracaso de la Revolución Cubana?
—Eso sería un exceso. Una novela es más indagación que conclusiones, más preguntas-que-llevan-a-otras-preguntas que respuesta. Soy solo un novelista, escribo historias y cada quien lee lo que le parece y aporta sus propias conclusiones. Es más o menos lo mismo que respondió Hemingway sobre el simbolismo en El Viejo y el Mar. “No hay tal simbolismo. El mar es el mar. El viejo es el viejo. El muchacho es el muchacho. El tiburón es todos los tiburones, ni mejor ni peor. Todo ese simbolismo de que hablan es porquería. Lo que haya más allá de eso es el aporte de cada quien”.
Leer mil páginas por cada una escrita
—En las novelas de formación, los mentores aparecen en momentos clave para la educación del personaje. En Barcos…, es significativo que alguien a quien se denomina La Loca juegue para Adrián ese rol.
—Hay un referente en la vida real pero no puedo abundar al respecto, más allá de reconocer que fue mi profesora de redacción en inglés quien me recomendó asistir a un taller literario después de revisarme una tarea de clases. Recuerdo que el ‘essay’ se llamaba Spring and Winter y trataba de describir la oposición entre las dos estaciones del año y los estados de ánimo que generan (a favor del otoño, que hasta hoy es mi estación favorita). Escribes muy bien, me dijo, y ahí empecé a creérmelo, y a tratar de hacerlo mejor, y sí, también asistí a un taller literario.
—En algún momento, La Loca recomienda a Adrián escribir, para “drenar por ahí” el dolor que sufre en ese momento. Cuando Andrés Jorge escribe, ¿qué tipo de heridas drena por medio de la escritura?
—Vengo con tres heridas, la del amor, la de la muerte, la de la vida, dice el poeta Miguel Hernández, ¿se necesita más que esas?
—En otro momento, La Loca le dice a Andrés “lee, calla y escribe”. ¿Esa sería tu recomendación para el joven escritor que comienza?
—Es una buena recomendación, pero tiene sus matices. Lo de leer, ciento por ciento, no concibo un escritor que no haya leído mil páginas por cada una escrita. Y cuando lo encuentro, aunque haya pocos, lo noto. El escritor debe ser una persona muy, pero muy leída, y no solo de textos literarios, sino de todo lo que atañe al ser humano. No puedo entender la vocación literaria disociada de esa indagación recurrente, obsesiva en las entretelas de la realidad. Lo de escribir también; es simple, a escribir solo se aprende escribiendo. Después de haber escrito unas diez mil cuartillas es probable que ya empieces a notar que algo mejora. Lo de callar no es mala idea —sobre todo si se trata de darle la palabra a otros y aprender a escuchar—, pero hay que entender que la invitación de La Loca a Adrián sobre callarse se dice en otro contexto, era una fórmula muy necesaria en la Cuba en la que ambos crecimos.
—El título de esta primera novela de la Trilogía proviene de un poema de Longfellow. ¿En qué momento decidiste que éste era el título de la obra?
—Ejercí como profesor de literatura inglesa y norteamericana para los estudiantes de la carrera magisterial de inglés en Cuba casi diez años, y conocí la obra de Longfellow dentro de un grupo de poetas destacados del siglo XIX, no mucho, ni con gran interés, a decir verdad; en comparación con Whitman, Emily Dickinson, y quizá Poe, la poesía de Longfellow ha perdido vigor hoy, pero esos versos en específico me tocaron desde la primera lectura y se quedaron para siempre conmigo, así como con Adrián en la novela, a quien le llega en la forma de un mensaje embotellado y lo guarda y lo lleva consigo en sus viajes sin retorno: Barcos que se cruzan en la noche y se hablan al pasar / Solo una señal y una voz distante en la oscuridad / Así en el océano de la vida nos cruzamos y nos hablamos / Una voz y una mirada, y de nuevo la oscuridad y el silencio. ¡Son unos versos hermosísimos, una pincelada perfecta sobre la soledad humana! Cuando concebí la novela, me di cuenta de que el título lo tenía ya, por muy largo que fuera.
—Has organizado presentaciones de Barcos que se cruzan en la noche de manera independiente con gran éxito y la novela ha sido leída y analizada en cuatro talleres de lectura de la ciudad. ¿Cómo ha cambiado esto tu relación con los lectores?
—Mi relación con los lectores empezó a cambiar precisamente el día que decidí publicar como autor independiente, cuando empecé a ver mis libros como ves a tus hijos: no basta con traerlos al mundo, hay que acompañarlos en el camino un buen tiempo, estar con ellos, preocuparte con ellos; y tus lectores son el entorno en el que van a vivir esos hijos, así que más vale que te preocupes también por llegar también a ellos.
—¿Cómo fueron recibidos tus primeros libros y cuál ha sido la reacción de la crítica ante tu obra?
—Mi primera novela ganó un premio literario y estuvo dos semanas entre los libros más vendidos en México, pero eso, asumo, fue por el premio en sí y el impacto que ello tiene en la difusión (hoy ni siquiera la considero una novela que me interese a mí como lector). La segunda novela, Te devolverán las mareas, ha sido quizá la más comentada, reseñada y quizá leída hasta hoy, pero no tengo cómo saberlo porque no estaba en mis manos, ni en mi horizonte de entonces, saber el destino de mis libros. Sé que se sigue leyendo, sobre todo por un tipo de lectora a quien interesa la escritura sobre amores lésbicos (aunque no va realmente por ahí la historia), y que se tiene esa noción de que es una novela ‘culta’. Desafortunadamente, la publicó Planeta México, que nunca siquiera me mandó un reporte de lectura. Barcos que se cruzan en la noche me ha dado todas las alegrías en la forma de muchos comentarios de lectores, muy positivos. No he recibido hasta ahora un comentario crítico, en sentido negativo. No ha habido mucha crítica ‘oficial’: por supuesto, es una obra ‘indie’.
El futuro editorial está en la autoría independiente
—Con Barcos que se cruzan en la noche iniciaste tu camino como editor independiente —al margen de los grandes corporativos editoriales— y ahora lo continúas con Kali la oscura, la segunda novela de la Trilogía, que ya podemos leer vía Amazon. ¿Cuál ha sido tu experiencia en el mundo editorial independiente?
—Una muy enriquecedora. Y lo será más, ahora que lo he retomado. Publiqué Barcos que se cruzan en la noche como una primera apuesta ‘indie’ y no hice mucho más que ese gesto, hasta ahora que voy a publicar Kali la oscura y ya tengo un camino recorrido. Lo primero, y más importante es que lo estoy disfrutando, en grande. Mis libros son míos, y de mis lectores. Vuelvo aquí a mi individualismo, mi gusto por hacer las cosas a mi manera, y la libertad entendida como capacidad para elegir y defender el camino elegido.
—¿Por qué es mejor el camino independiente sin la intermediación de las grandes editoriales?
—Es más divertido y, con paciencia y un poco de suerte, se gana más por tu trabajo. Si te muestro el último reporte de ventas que me envió Alfaguara sobre Voyeurs después de siete años, y comparamos resultados desde que publiqué Barcos…, verías cómo la publicación independiente, para mí por lo menos, es incluso más rentable, además de ser más redituable en muchos otros sentidos. Visualizo un futuro cercano donde los escritores independientes compartan espacios de promoción y distribución de sus libros.
La próxima obra: una novela cancunense en clave de thriller
—¿Qué proyecto tienes en puerta, una vez que concluyas la Trilogía de la Isla Grande?
—Voy a escribir una novela cancunense, incluso antes de Cábalas. El plan de Cábalas está prácticamente concluido, así que no me tomará más de un año escribirla, pero esta historia se ha metido en medio, con fuerza, y quiero sacarla, por muchas razones. Nunca me sentí motivado a escribir sobre el D. F., aunque siento un gran arraigo por esa ciudad en la que viví casi veinte años, nostalgia ya. Cancún, por otra parte, ha representado un regreso a mis raíces, al mar, y eso le ha dado un impulso tremendo a mi escritura, inusitado, algo que tampoco me esperaba, al menos no de esa manera, como con ese compromiso de escribir mi novela cancunense. Y es una novela intensa, casi un thriller que espero empezar a desgranar en la cuartilla en blanco a partir de enero y tener lista al final del año. No puedo revelar el nombre aún.
—¿El personaje de ficción que más te haya impactado y por qué…?
—El Héctor de La Ilíada (ese héroe que se dispone a combatir hasta el último aliento aún cuando sabe que va a morir, que no tiene posibilidad alguna de destruir a su enemigo); Jay Gatsby, Holly Golightly, el padre y el hijo de La Carretera de Cormac Mc Carthy, el Viejo de El viejo y el mar… Releyendo la lista me doy cuenta, ahora —porque nunca antes había hecho tal ejercicio y seguro se me quedan muchos—, que todos comparten eso de aferrarse a causas perdidas, a una ilusión, un imposible.
—¿A qué autor estás leyendo ahora y por qué?
—Estoy releyendo novelas breves cuya lectura exijo a los estudiantes del taller de novela que imparto en el Centro de Creatividad Literaria de Cancún, una lista que lo único que comparte es no tener más de doscientas páginas. Hasta ahora han leído El Gran Gatsby, Desayuno en Tiffany’s, Pedro Páramo, Crónica de una muerte anunciada, creo que ahora viene Luna Caliente, y le siguen El lector, El reino de este mundo, El curioso incidente del perro a media noche y otras que ahora no recuerdo. Al final del taller habrán leído veinte novelas cortas y yo las habré releído todas con ellos. Además, leo y releo cuentos de Raymond Carver, porque son piezas breves de una increíble perfección y belleza; igual una decena de antologías del cuento norteamericano que están en mi estante de cabecera; por lo menos dos veces a la semana buceo en un sitio web, Arts and Letters Daily (algo que, desafortunadamente, no tenemos en español), un portal donde se recogen ensayos y artículos sobre arte, literatura y pensamiento que han aparecido recientemente en medios editoriales en inglés, de todas partes del mundo, ya sea de publicaciones impresas o digitales, y siempre hay de donde escoger. Además, de vez en cuando incorporo algún nuevo autor a mi lista de favoritos, de manera bastante más espaciada. Creo que la última ha sido Margaret Mazzantini con La palabra más hermosa, una escritora formidable, casi perfecta y una novela de una apabullante y cruel belleza.
—¿Hábitos o rituales al momento de escribir…?
—Una taza de café con crema líquida y dos cucharaditas de mascabado. En lo que el café se cuela, yo me preparo mentalmente para el nuevo encuentro; en los cinco minutos de tomarme el café, leo la última página escrita. Si todo está fluyendo como debe, con eso basta para retomar el vuelo por las siguientes dos horas y dejar listas un par de cuartillas, no más. Generalmente escribo con bastante limpieza y concentración a la primera, así que desecho poco material en la edición, y cuando elimino algo tiendo a eliminarlo en bloque, no una línea. Avanzo rápido una vez que estoy instalado en la historia.
—¿La mejor hora del día para escribir…?
—La madrugada, entre cinco y siete de la mañana, prácticamente la única para mí. El resto del día puedo editar, re-trabajar un texto, pero las horas creativas son solo ésas. En el silencio del amanecer y ante la perspectiva de un nuevo día, lo mejor es ese encuentro casi secreto, de amantes, absolutamente íntimo, con tus personajes y su historia.
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Entrevista publicada en TROPO 3, nueva época, 2013.