Eugenia Montalván Colón
José Luis Moreno llegó a Maroma con la barba castaña siguiendo los aromas de la tarde risueña que lo esperaba desde siempre para que abriera brecha, naturalmente. José Luis se descalzó en la arena y la dejó encantada, miró el horizonte y encendió el turquesa. Respiró profundo y el corazón se le llenó de mar, de olas… Hace treinta años de esas tardes tiernas de aves y barcos, y con todo y todo, cada una sigue teniendo aires de iniciación, de milagro… Hasta el mirador de Maroma llegué con Michele hace unos días, y juntas contemplamos los silencios de José Luis: marinos, imposibles, invasores…
Michele, hija de José Luis, y alumna de Thich Nhat Hanh es como el mar, introspectiva y risueña, corajuda y apacible, tierna pero furibunda. Así, tal cual, la percibo casi siempre, como una mezcla de sabores a punto de turrón agrio. Porque toda ella es una dulce y penetrante provocación, tal como se refleja en esta entrevista y en sus dos libros más recientes: Efimérides. La permanente impermanencia de una mujer chango y Michelia Champaca… o lo que dura el incienso (ambos publicados en Mérida por la editorial unasletras: 2012 y 2013, respectivamente).
La inextinguible llama de la fe y el martini que no llega…
—Gracias a Facebook, tienes un libro: Efimérides, o cuando menos ahí, en esa plataforma incontenible almacenaste parte de tu vida del año 2011-2012… ¿qué te da Facebook ahora? ¿Acaso te sirve como terapia de vez en cuando?
—Siempre. Es como si fueran los rayos de la rueda de una bicicleta. Me acompaña, me entretiene y me sirve con un diario para expresar lo que en ese momento siento.
—Y, dime, ¿te guardas algo para ti sola?
—Por supuesto que sí.
—¿Qué no dices públicamente?
—La verdad.
—¿O sea que nos tienes en el permanente engaño?
—Es ficción. A mis estados en el Facebook yo les pondría el mismo prólogo que a Michelia Champaca: Así fue. O no. Principio de incertidumbre. A veces pongo cosas que no son mi estado emocional del momento, sino que son de hace años, o quisiera que fueran los futuros. Y ahí está la ficción. El pasado y el futuro son producto de la imaginación. Ahí existen. Son producto de la imaginación.
—Mmmhhh… Tenía que entrevistarte para enterarme de la verdad.
—Y yo te contesto que puede ser mentira.
—¿Acaso alguna vez vamos a conocer a la verdadera Michele Moreno?
—Ojalá, y cuando la atrapen, me la presentan por favor.
—Porque ya confesaste que en Michelia Champaca hay mensajes ocultos sobre tu propia realidad con los que juegas descaradamente ante la ingenuidad de tus lectores.
—Como dijeron los mayas y reiteró Eduardo Galeano: “Todo tiene cara y señal. Por su señal lo conocerás”.
—No entiendo. Sigues enigmática.
—También para mí.
—Me da la impresión de que vives en un laberinto, pero aparentemente eres transparente, diáfana como el agua cristalina, ¿no?
—Quizá lo soy.
—Por lo pronto, me confundes, y no dudo que haya otros como yo, queriéndote conocer.
—Yo me paso de ese lado también: los acompaño. Y comparto su interés en conocerme.
—Bueno, bueno, cuando menos dime por qué te niegas a acostarte en la playa a tomar el sol… tengo curiosidad.
—Porque no puedo estarme quieta.
—No, eso no es cierto.
—Ahora me recuerdas un test psicológico que me hicieron en la adolescencia: relacionaban el mar con el amor. Posiblemente tenga que ver. Lo voy a analizar en la noche. Las preguntas eran: ¿Te metes al mar? ¿Te quedas en la orilla?
—Lógicamente, tú te quedas en la orilla.
—Hasta ahora me doy cuenta. Acabas de hacer un descubrimiento. Muchas gracias. Es cierto, hace mucho que no me meto al mar, pero hace varios años el mar era mi pasión, esnorqueleaba y pasaba horas nadando de día y de noche porque nunca tuve miedo de meterme al mar en la noche…
—Lo sé, te he leído… No tienes que decírmelo. La cuestión aquí es por qué la evasión.
—Me volví más contemplativa. Ya no busco qué hay dentro del mar sino lo veo como un todo que ocurre allá. Y me gusta el atardecer en el mar, desde acá, desde la orilla de mí misma. Si antes fuimos uno, ahora somos dos. Y tal vez en el amor con la madurez pasa lo mismo. A cierta edad te das cuenta de que con la pareja no eres uno, sino dos.
—¿Qué sustituyó al mar?
—La jardinería. Ahora hundo mis manos en el lodo, y un jardín no es otra cosa que la vida misma. Si hablamos metafóricamente, y el mar es el amor, el jardín no se me ocurre otra cosa que no sea un micro-cosmos de la vida misma, eso quiere decir que hubo un cambio de mí hacia la mecánica vital, al origen de la semilla, a la plaga, a la lluvia sobre las plantas, a la flor, y a la hoja que cae.
—¿Y esto coincide con dejar Cancún y venir a Mérida?
—No, el jardín fue antes, y a la vez encontré en la jardinería un modo de expresión que suplió las palabras por mucho tiempo.
—Entonces, el soplo vital de la tierra te alejó del mar.
—Fue más bien buscar respuestas.
—¿A eso viniste a Mérida?
—No. Mérida fue una respuesta.
—Y te ha hecho volver a escribir, ¿cierto?
—Sí, aunque diferente. Sin septiembre, mi primera plaquete es de prosa poética, generalmente romántica e idealista, y ciertamente sufrida; la autora de ese libro ya no está. No la podría encontrar otra vez.
—¿Pero te has vuelto a sumergir en la creación literaria?
—No, la creación literaria se sumerge en mí. Ya no busco. Ella me encuentra, y habla diferente. No busco más el amor ideal, sino causa y efecto. Si tú ves Efimérides, es lo que trata de decir todo el libro sobre la impermanencia, y aquí metería una frase de los upanishads que dice: “Esto es así porque aquello es así”. Y aquí sí, al revés que en el amor, diría que ya no somos dos, sino uno.
—La impermanencia, ¿de dónde sacaste esta palabra?
—Del jardín y del budismo.
—Y de ti misma, no lo niegues, de cuando te miras en el espejo, ¿cierto?
—Completamente cierto, y cuando me miro sin espejo, más.
—Entonces, supongamos que te reflejas en las palmas de tus manos, ¿qué dicen de ti?
—Las veo y parece que siguen siendo las mismas que veía yo de niña. En mis palmas permanece la niña. Eso es una buena noticia. La niña que vive en la palma de mis manos es mi lado transparente. Pero luego viene la Michele grande, la que estudia causa y efecto, y revuelve el río cristalino de la otra, y ese juego es constante.
—A propósito, ¿de qué sabor es tu cigarro electrónico?
—Durazno, como la voz de un amigo…
—¿Tienes un amigo que huele o que canta como durazno?
—Tiene voz de durazno maduro.
—¿Y tu voz, de qué sabor es?
—De té verde.
—¿El que toman los ansiosos? ¿Por qué no aceptas que sabe a martini?
—Me cachaste. Bien sabes que es la bebida de los tristes.
—Y no hay mejor espejo que una copa para los que, como tú, se resisten a mirarse por dentro.
—Ya, ¿no? Mejor ahí la dejamos, ¿sí?
—Sí.
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Entrevista publicada en TROPO 1, nueva época, 2013.