Martha Juárez
El triunfo individual y la derrota colectiva
—Luego de 25 novelas publicadas y reconocido en el extranjero como uno de los mejores autores de novela policíaca en México, ¿considera que ha triunfado?
—Mi triunfo es relativo. He triunfado en el terreno particular, he triunfado como escritor: tengo el oxígeno que necesito para escribir. Mis lectores me dan de comer. No necesito becas del gobierno ni acepto viajes por la república. Cuando me quieren mandar a una feria del libro, me envían a la más pinche, y yo me doy el lujo de decir: no. Tengo un nivel de independencia que me dan mis lectores: eso es triunfar en el mundo de la literatura donde pocos pueden sobrevivir de la escritura. Pero lo cierto es que soy un mexicano más de los que anhelaban una democracia plena para este país, con contenidos sociales, con justicia social. Esa democracia no la hemos logrado. Hemos sido derrotados y apaleados sistemáticamente. En este sentido me asumo como parte de los derrotados generacionales. Sí, he resuelto mi vida en uno de los espacios humanos, pero los sociales me los han secuestrado al igual que a mis compatriotas.
La literatura como elemento subversivo
Esta frustración incluye mi sentir ante la incapacidad de las autoridades federales para promover el hábito de lectura entre los estudiantes. Pero lo más grave es que nuestro sistema educativo básico mata diariamente a más lectores potenciales de los que pueden crear las universidades y los padres de familia en todo el país. Y los mata porque el proyecto educativo que prevalece en México asocia la lectura a la obligación, al castigo, al desinterés, a la flojera, a la lectura fragmentaria y a toda velocidad para entregar trabajos y obtener una calificación. Este concepto te obliga a leer lo que no te agrada. ¿Por qué vas a leer a Homero a los 15 años, cuando quieres leer a José Agustín o a José Emilio Pacheco? Si se impone ese tipo de lecturas, lo único que se hace es bloquear a los jóvenes, creando un fenómeno de vacuna contra los libros.
Quienes leemos comprobamos que es divertidísimo. No conozco a un lector que diga: me estoy aburriendo. Porque siempre podrá abrir un nuevo libro: las posibilidades para acabar con el tedio son interminables. La lectura tiene que estar asociada al placer, a la irreverencia, al descubrimiento de lo prohibido. Por eso, para vender mis libros, he sugerido que se vendan en loncherías, donde abres una cortinita y dices: ¿no me pasa una novela de Taibo?
Es urgente abrir un debate nacional sobre el problema de la lectura en México. Es urgente impulsar —por medio de institutos de cultura locales, municipales, nacionales y regionales, a través de escritores y editoriales— programas de distribución y edición de libros baratos, programas donde estén involucradas las instituciones, los periódicos y los creadores, y creen ediciones muy accesibles que den a la gente lo que quiere tener en sus manos; y que estos libros no representen más del 10 por ciento de su salario diario. De lo contrario, no podremos abatir este rezago educacional.
Pero también debemos asociar la literatura a lo clandestino. La literatura tiene la virtud de convertir a un jarocho pasmado de 62 años en un joven adolescente de Jamaica —por la novela que está leyendo— y cruzarlo con sus vivencias. De tal manera que nadie puede estar a favor del Tratado de Libre Comercio si leyó Vámonos con Pancho Villa. La literatura cambia las reglas del juego. Nadie, desde luego, puede votar en unas elecciones abiertas y democráticas por el PRI si ha leído a Los Tres Mosqueteros. Estos principios básicos subversivos de origen literario están ahí, pero la educación los está destruyendo. Es lamentable que no podamos hacer que a los pinches federales les caiga el “veinte”. No sólo no les cae el “veinte”, sino que además no tienen ranura para la moneda: son analfabetas. Es una vergüenza que nuestros funcionarios federales no comprendan que el trabajo cultural es prioritario para la transformación de una sociedad.
La muestra más clara de lo anterior es que tenemos un secretario del Trabajo que se escandaliza con la novela Aura de Carlos Fuentes; y un ministro de Educación que se va a trabajar por las tardes al “Hotel Nico” porque no le gusta la oficina de Vasconcelos con los murales de Rivera.
El nuevo papel de la novela policíaca
—Alguna vez dijo que iba a terminar con la lectura policiaca de rompecabezas, ¿considera haberlo logrado?
—A estas alturas sí. Logré escribir un tipo de novela que no es el rompecabezas perfecto. Es una novela en la cual el flujo de las historias y las historias secundarias va conduciendo a la trama, pero sin truco con el lector. Sin la trampa del rompecabezas perfecto que el lector tiene que adivinar.
—¿No se sintió tentado de convertir al Che Guevara en personaje de novela, cuando escribió su biografía?
—Todo lo contrario. Ahí venía escapando, huyendo, corriendo de la literatura. Quería que fuera un libro de historia. No quería que el libro del Che se me contaminara con literatura. En cuanto a la manera de narrarlo, sí quería que se contaminara un poco de literatura; pero no en cuanto a la investigación histórica.
—¿Cómo considera la novela policíaca actual en México?
—Este genero está viviendo un momento importante. Hay una buena generación de narradores, gente como Trujillo, en Baja California; Juan Hernández Luna, en México, o las novelas de Ricardo Chávez y Celso Santajuliana que están muy bien. Considero que la novela policíaca goza de buena salud. No es un género que produzca mucho, pero hay cosas interesantes y, sobre todo, con más vitalidad que la literatura blanca, que no produce gran cosa.
—¿Qué papel juega la literatura policíaca ante el clima de inseguridad ciudadana que vive nuestro país?
—Durante un tiempo la literatura policíaca sirvió como luz roja, como alerta. Quienes escribíamos novela policíaca, fuimos los que dijimos lo qué estaba pasando. En la crónica policíaca de los años 70’s está el relato de cómo el aparato de Estado se estaba descomponiendo, y se consigan el surgimiento de los narcopolíticos; cómo las influencias entre el espacio criminal y el espacio político se estaban concentrando, condensando y tocando. Esta literatura de llamada de alerta, de llamada de atención, ya no funciona. El problema se ha hecho público y ha sido debatido por los periódicos.
Ante el clima de degradación de la seguridad ciudadana, el problema está en encontrar soluciones que dejen de identificar a la represión como el camino a seguir. Otro reto es recomponer el aparato judicial, que está hecho pedazos. Tenemos que recomponer de manera profunda la moral en los cuerpos policíacos. Esa moral está destruida. Han sido muchos años de cuerpos policíacos utilizados y corrompidos. Hay que crear, además, mecanismos de defensa ciudadana que den más seguridad al ciudadano en su entorno diario.
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Imagen tomada del periódico en línea Código San Luis https://www.codigosanluis.com/paco-ignacio-taibo-pais-lectores/
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Entrevista publicada en Tropo 24, Primera Época, 2002.