Miguel Ángel Meza
Juana de Arco (1998) de Luc Besson (Azul profundo, Nikita, El quinto elemento) es una superproducción al más puro estilo hollywoodense y una de las más ambiciosas películas en torno al personaje histórico de la doncella de Orleáns. El apetito de espectáculo del cinéfilo contemporáneo —que es el del propio Besson— se saciará sin duda en este filme que intenta abarcar toda la vida de la heroína más popular de Francia. La mayoría de las películas antecesoras a ésta —por lo menos diez, una teniendo a Ingrid Bergman como Juana, otras dos rodadas por directores de la categoría de Robert Bresson y Carl Dreyer— se centraron, unas, en el aspecto épico de la historia, otras en una visión interior del personaje, y algunas sólo en el juicio político-religioso y la hoguera de la infortunada visionaria.
Ahora Besson, con un lenguaje fílmico espectacular —movimientos vertiginosos de cámara, música a veces demasiado altisonante para apoyar escenas intensas ya de por sí, efectos especiales que muestran las alucinaciones de la heroína y un crudo realismo bélico— intenta ofrecérnoslo todo: el origen de la “misión divina” de Juana (cuando en la infancia oye las primeras voces interiores), su deseo de venganza (cuando presencia la violación de su hermana, ya muerta, a manos de un soldado inglés), las visiones y el sentido libertario y patriótico de la joven (que la pone en el centro del conflicto franco-sajón); las batallas (que son mostradas con una rara y a veces humorística antisolemnidad); la traición (que revela las mezquindades políticas del rey títere Carlos); el conflicto de conciencia (que sugiere una interpretación psicoanalítica del misticismo de Juana, para hacerlo lindar con la demencia); y el proceso, tortura y destino final de la virgen de diecinueve años acusada de brujería.
Milla Jovovich, desde su fragilidad externa, transmite sin duda la enorme fuerza interior de esta Juana visionaria y conmueve con su exaltación guerrera, a ratos alucinada; Faye Dunaway convence en su papel como intrigante suegra del rey y poder sutil detrás del trono; John Malkovich hace un rey Carlos un tanto desganado, pero a pesar de ello convincente, y Dustin Hoffman, en hábito de monje, encarna una Conciencia de Juana un tanto burlesca y a veces maligna que debilita la fe de la joven y la somete a una autocrítica severa y autodestructiva.
Algunos críticos han señalado dos paradojas curiosas en este filme que emociona a millones de espectadores. Para mostrarnos la historia de una heroína mística convertida en santa, Luc Besson, el director más popular del actual cine galo, ha articulado una película de aventuras con toda la parafernalia hollywoodense; y ha necesitado de estelares anglosajones para ofrecernos una visión posmoderna de la virgen de Orleáns: Juan de Arco, el máximo símbolo del nacionalismo francés, se expresa en inglés, el lenguaje del “enemigo”.