Miguel Ángel Meza
Basada en una novela de Chuck Palahniuk, un escritor norteamericano marginal y de culto al que deberíamos leer más, El Club de la pelea (1999), de David Fincher (El juego, Seven) es más que una feroz crítica al delirante mundo del consumismo y del supuesto bienestar material: es, también, una escéptica visión de un tipo contemporáneo: el empleado promedio, atrapado en la rutina y la insatisfacción existencial.
Los temas que abarca esta subversiva cinta —relacionados con el malestar en la civilización de fin de milenio— son amplios y permiten múltiples lecturas, todas ellas inquietantes. Ya sea como la historia de un caso patológico de doble personalidad; ya como una corrosiva parodia de la espiritualidad light de fin de siglo con su propuesta pseudomística de autorrealización y autocontrol; ya como el relato de la obsesión de un individuo que practica el desapego a lo material, desde la propia destrucción hasta el quebranto de todo aquello que sustenta el bienestar de la vida civilizada, lo cierto es que El club de la pelea es una excelente película de humor negro, con tintes surrealistas, que desconcertará a algunos espectadores y, sin duda, molestará a otros. Ninguno, en todo caso, quedará indiferente a sus provocaciones.
La marginalidad, excentricidad y desencanto de los personajes proyectan una fascinación morbosa. Un genial Edward Norton —que en dos alardes de virtuosismo se roba la película— es un oscuro yuppie, amargado, solitario y enfermizo, que sufre de insomnio, se vuelve adicto a las terapias de autoayuda y se forja un mundo a la medida de su inconformidad; Brad Pitt —cuyo oficio actoral nos hace olvidar su imagen de cara bonita— es el alter ego de Norton y un anarquista inteligente y cínico cuyas teorías rezuman duras verdades acerca de la condición del hombre actual, que harán pensar a más de uno; y Helena Bonhan Carter —a quien habíamos visto desempeñando papeles de época— es una junkie solitaria y promiscua, abandonada a la inercia existencial y a la sobrevivencia del ego deprimido.
Provocativa como Crash, de David Cronemberg, el Club de la pelea es una lúcida indagación del lado oscuro del ser humano y una reflexión acerca del instinto autodestructivo del individuo. Al parecer Fincher y Palahniuk parten de una inquietante premisa: ¿qué pasaría si nuestros más destructivos deseos se concretasen en la realidad, cuando los mecanismos sociales de control que domestican al individuo han fallado y, al contrario, han dañado nuestra salud moral y psicológica?
El club de la pelea —un film no apto para espectadores delicados— ofrece una paradójica y alarmante respuesta.