Belleza americana

Miguel Ángel Meza

Belleza americana, la primera cinta del joven cineasta Sam Mendes, es mucho más que una simple comedia negra sobre el fracaso del sueño americano. El tono ligero del relato y el humor corrosivo que destila la anécdota pueden resultar engañosos en un inicio y hacernos creer que estamos ante una comedia más que ridiculiza al hombre norteamericano promedio, exitoso y decadente. Conforme avanza la cinta, confirmamos que Mendes rebasa la tentación de una parodia satírica cómoda y nos instala en un nivel tragicómico de alcances críticos demoledores y, por lo mismo, más eficaces.

La historia de una familia típica de la sociedad norteamericana contemporánea —cumplidora puntual de esa falacia del sueño americano que identifica bienestar profesional y social con felicidad— nos muestra pronto sus contradicciones y nos permite vislumbrar el trasfondo de vacío y sinsentido detrás de la apariencia aséptica en que viven sus miembros, todos ellos depositarios de los beneficios materiales de una sociedad adinerada, pero incapaz de comunicarse ya entre sí de manera sustancial.

Bajo esta premisa, la crítica a la familia perfecta es brutal: Lester Burnham (interpretado por un Kevin Spacey que alcanza un prodigioso equilibrio entre parodia y drama) es un padre de familia aparentemente normal, profesional exitoso pero frustrado, condenado por su cónyuge a un onanismo cíclico; Carolyn (Anette Bening, insuperable en el registro de una personalidad histérica y obsesiva) es la esposa compulsiva y frívola cuya mayor preocupación es emular al vendedor inmobiliario más exitoso de la competencia; y Jane (Thora Birch), la hija adolescente amargada y solitaria, es la joven harta de su patética familia e insegura de sí misma porque no cumple el ideal de belleza femenina propuesto por la sociedad.

Ante la posibilidad de volver a sentir la vida a través de la pasión que le despierta la amiga de su hija, el cuarentón Lester inicia una súbita transformación, primero de manera superficial —inicia un programa de ejercicios y fuma marihuana— y luego siendo más radical —renuncia a su empleo e intenta comunicarse realmente con su familia— hasta propiciar el desastre cuando, sin proponérselo, pone en movimiento un mecanismo que atenta contra el precario equilibrio de la falsedad social en que vive.

Los personajes secundarios, fundamentales para el desarrollo de la trama, son asimismo prototipos de la paradoja que subyace en la aparente normalidad: Ricky Fitt (Wes Bentley) es el joven vecino de la familia, correcto y disciplinado, coleccionista de videos, quien al parecer sólo logra comunicarse con el mundo exterior a través de su cámara —de ahí que filme obsesivamente a Jane— y quien cumple irónicamente las premisas del ejecutivo exitoso en su microempresa de narcomenudeo; el padre de Riky, Frank (Chris Cooper), un ex militar reaccionario que odia a los homosexuales y que ha convertido a su esposa, a través del sometimiento y la humillación, en una perfecta autómata. Y finalmente, Ángela (Mena Suvari), la amiga de Jane, coqueta y hábil manipuladora de su belleza, quien en el fondo se sabe superficial y quien necesita reafirmarse continuamente en la promiscuidad para no caer en el abismo de su propio vacío.

Al ir más allá de la simple parodia del sueño americano y centrar su reflexión en la dimensión humana de sus patéticos personajes, Mendes ha logrado, a través de la figura de Lester, un retrato sensible y aleccionador de las paradojas del hombre contemporáneo que al intentar redimirse y ser digno ante sí mismo se enfrenta a la inercia aniquiladora de la sociedad en que vive.

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