Dolor y gloria: Las autoficciones de Almodóvar

Svetlana Larrocha

“Las noches en que coinciden varios
dolores, esas noches creo en Dios,
y le rezo. Los días en que padezco
sólo un tipo de dolor, soy ateo.”

Salvador Mallo

Comencé a mirar y a admirar el cine de Pedro Almodóvar en los años 90. Al principio, quedé encantada con películas como Matador (1986), La ley del deseo (1987), Átame (1990), Tacones lejanos (1991) y La flor de mi secreto (1995), etc. Entonces, llegó la aclamada y premiada Todo sobre mi madre (1999) y esa admiración decayó. ¿La causa? Vi de nuevo la repetición de situaciones y personajes. Era un repetir, magistralmente, sí, pero un tanto cansado. Ya en el 2002, retomo la afición a la obra almodovariana con Hable con ella, a mi parecer la mejor película de este director.

Este año, a principios de verano, se estrenó Dolor y gloria en las salas de cine de nuestro país. La trama: Salvador Mallo, un reconocido cineasta español, retirado y viejo, con diversas dolencias físicas, se halla inmerso en una crisis existencial que afecta sus ganas de vivir, de amar y de seguir creando. En la soledad, sus fantasmas y la heroína le llevan a su pasado intenso, donde surgen aquellas experiencias que le señalan lo que dejó inconcluso y que es necesario terminar.

Ésta es la base de Dolor y gloria, que nos presenta múltiples referencias a sus películas anteriores, sus obsesiones recurrentes y, por supuesto, a elementos de su vida personal.

“Sin haberlo pretendido, Dolor y Gloria es la tercera parte de una trilogía de creación espontánea que ha tardado 32 años en completarse”, señaló en sus notas de producción del filme Pedro Almodóvar. Completan dicha trilogía La ley del deseo (1987) y La mala educación (2004). Las tres películas tienen en común estar caracterizadas por personajes masculinos y directores de cine, y en las tres el deseo y la ficción cinematográfica son los ejes narrativos.

Almodóvar ha repetido, a lo largo de su obra, elementos de autoficción, pero es quizá Dolor y Gloria la que contiene más aspectos autobiográficos. La película se centra, especialmente, en lastres físicos y emocionales que no le permiten seguir rodando (algo similar a lo que vivió el cineasta hace unos años, antes de Julieta (2016).

La historia abarca tres épocas del protagonista: su infancia en un pueblo al que emigró en los años 60; su primer amor en los años 80, ya en la capital española; y la actualidad de Salvador, sumido en la depresión, el aislamiento y la imposibilidad de la creación. Las voces narrativas de la película son la de Mallo, leyendo sus memorias; la de Alberto Crespo (un magnífico Ansier Etxeandia), amigo y actor que ensaya los monólogos que el director está escribiendo; y los flashbacks que nos transportan a la infancia del protagonista.

Antonio Banderas, álter ego del autor de La piel que habito (2010) —apreciación confirmada por el realizador—, excelente en su interpretación —la que le dio a ganar el Premio a Mejor Actor en Cannes—, alcanza en este octavo filme junto al manchego a convencer al espectador de todo el desconsuelo, sufrimiento, vulnerabilidad y culpa que rodea al personaje.

A decir verdad, todas las actuaciones de Dolor y… son las precisas para que este nuevo trabajo sitúe de nuevo a Almodóvar en el lugar que otros filmes le habían hecho tener, luego de que la comedia Los amantes pasajeros (2013) desencantara a casi todos y que Julieta no haya recibido los elogios acostumbrados.

Destaca, por supuesto, la caracterización de Penélope Cruz, madre de Salvador niño, sensual e inteligente, que sabe llevar con dignidad su pobreza. Hermosa escena la del río cantando la copla “A tu vera”, con Rosalía: “siempre a la verita tuya, siempre a la verita tuya, hasta que de amor me muera… ”.

Además de las escenas con la madre, dos episodios son fundamentales en Dolor y…: el primero, el encuentro con Alberto, actor fetiche con quien no se habla desde más de treinta años. El segundo, el encuentro con Federico, antiguo amante, adicto a las drogas, lo que causó la ruptura de esa relación.

No podía ser una película con elementos autobiográficos sin rendir tributo a la mujer más importante de todas en el universo almodovariano: la madre. Ella es principio y fin de todo. Como anteriormente mencioné, Penélope es soberbia, y Julieta Serrano, madre anciana de Salvador, es la prueba de que la abnegación no es de un solo lado, sino también del hijo hacia la madre.

Al igual que 8 y 1/2 (1963), de Fellini, donde la crisis en la creación es el tema, Dolor y gloria está también hecha de confesiones, miedos antiguos, de nostalgia y pasión, y aunque es un filme melancólico, es un canto a la vida y a la creación. Sin duda, el trabajo hasta ahora más concluyente de Almodóvar.

En Dolor y Gloria, Pedro Almodóvar rinde un homenaje al amor de su vida, el cine: recurriendo a la memoria, nos regala una película de ficción con muchas partes autobiográficas. También, inevitablemente, se homenajea a sí mismo, con su película irrebatiblemente más personal. Y aquí viene la pregunta necesaria, sin demeritar la genialidad de este realizador: ¿nos gustaría igual el filme, si no tuviéramos el antecedente de que nos hallamos ante gran parte de la representación de la vida del cineasta español contemporáneo más importante de las últimas décadas, desde Luis Buñuel? TROPO

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