Miguel Ángel Meza
Julio Cortázar desempolva nuestras inconformidades. Su inteligencia radical pone en cuestionamiento las fáciles seguridades en que se asienta la mediocre tranquilidad del individuo. Es un antídoto contra la estupidez, contra la vitamínica moral que nos mantiene en narcotizada forma, esa moral que nos presta muletas para sobrevivir, para jugar a no tener miedo, para estar contentos. Cortázar se encarga de quitarnos las muletas mentales, de retirarnos el tubito de oxígeno de aceptable comportamiento, de suspendernos la impuesta dieta de no pensar. En el Diario de Andrés Fava (Alfaguara, 1995) nos hallamos con un Cortázar ya preocupado por las cuestiones morales, estéticas, literarias y filosóficas que lo acuciaron durante toda su vida. Este libro —que fue escrito en 1950 y que Cortázar conservaba encuadernado y listo para publicar— contiene las reflexiones y referencias intelectuales que hallamos posteriormente en el escritor de Rayuela y El libro de Manuel. De hecho, Andrés Fava figura como protagonista de la novela El examen, escrita en ese mismo año y publicada en 1986. Sin embargo, Diario de Andrés Fava es un texto independiente que fue excluido de la novela y que no remite necesariamente a ésta. Andrés Fava, por supuesto, anticipa a Horacio Oliveira, es su hermano mayor, padece de la misma neurosis existencial que éste, tiene el mismo ácido y punzante humor, participa de la misma desenfadada melancolía. Quizá Fava es más intelectual que Oliveira —o lo disimula menos—, pero sus referencias cultistas exigen más del lector, le piden estar más enterado, conocer la jerga filosófica, saber de literatura y arte. De cualquier forma, ningún lector atento queda insensible ante sus agudas observaciones, por ejemplo, cuando se lamenta de la unilateralidad de la existencia: “Es tan aburrido que sólo tengamos una vida, o que la vida sólo tenga una manera de suceder. Por más que se la llene de sucesos, se la embellezca con un destino bien proyectado o cumplido el molde es uno: quince años, veinticinco, cuarenta —la galería. Llevamos la vida como los ojos, puesta de modo tal que nos conforma, los ojos ven el futuro del espacio, como la vida es siempre la delantera del tiempo”. Como lectores hay que estar a la altura de este Andrés Fava, hay que merecérselo, así como él reconoce que “para escribir un diario hay que merecerlo”. Necesitamos —dice— reconocer sin asco nuestra precariedad, nuestra inutilidad intelectual, nuestra pobreza de ideas, nuestro asco al trabajo. No es difícil verificar en las digresiones existenciales de este solitario empedernido nuestras propias fluctuaciones de felicidad-infelicidad cotidiana. Por eso nos parece tan familiar, tan corrosivo, tan despiadado: es como si nos estuviésemos hablando, en la soledad, a nosotros mismos, cuando nos podemos decir todo, sin pueril esperanza, sin abyecta idolatría al dinero o al progreso, sin mediocre optimismo. El libro está escrito a la manera de un cuaderno de bitácora intelectual. Fava no transcribe sucesos inmediatos ni registra una cronología de jornada. Su recorrido es interior. Está elaborado con la materia de los recuerdos entrañables y las lecturas apasionadas, con las disquisiciones de un pensador de banqueta y una gran oreja atenta a los sonidos de la existencia. Está hecho con la pasta de la imaginación radical y un bello lenguaje metafórico que nos descubre al poeta que había en Cortázar. El Cronopio mayor de la literatura hispanoamericana pone en práctica —vía Fava— la reseña creativa, aquella en la cual el argentino decía, con la emoción y la pasión por delante, mucho más que en todo un artículo formal con reglas establecidas. El autor desmenuza, despedaza o exalta una novela, un escritor o un verso, cediendo al primer impulso, cuando la lectura en turno aún está caliente. Así, podemos leer aquí la opinión de Fava-Cortázar acerca de Demian, la popular novela de Herman Hesse —a quien apalea en dos páginas—, en el que puede considerarse uno de los comentarios más acerbos y duros hacia aquella obra. Diario de Andrés Fava en realidad no añade grandeza al autor de Bestiario y Todos los fuegos el fuego, pero, de ninguna manera, desmerece el nivel literario alcanzado por la obra del ilustre argentino. Al contrario, reafirma su genio creador, su goce por la escritura, su pasión por la literatura y su sentido lúdico de la existencia. Un libro contra la estupidez y el conformismo, una lectura para cortazarianos recalcitrantes. (Publicada en octubre de 1995 en La Crónica de Cancún).