Miguel Ángel Meza
Novela de afanes totalizadores, intento por abarcar todo un siglo —el xx mexicano por concluir—, experimento formal no siempre afortunado que busca proyectar los entrecruzamientos de lo individual y lo colectivo, Los años con Laura Díaz, de Carlos Fuentes, es —más que un recuento histórico novelado— un discurso cultural portentoso en torno a lo mexicano y su proyección como ideología, política, fe, familia, arte, matrimonio, pareja, amor e identidad. Pero, principalmente, es un reconocimiento del autor a la importancia actual de la conciencia femenina para validar el recorrido por este discurso. A pesar del narrador en tercera persona —el bisnieto Santiago Pliego, quien cuenta la historia de la protagonista desde el año 2000—, conocemos la vida de Laura Díaz (1900-1972) y los hechos históricos, sociales y políticos en el siglo mexicano a través de la propia mirada del personaje y desde su particular sensibilidad femenina. Esto permite comprender la narración elíptica de algunos sucesos cuyo desarrollo sentimos incompleto, pues la visión está limitada por el enfoque (Laura) del punto de vista del narrador (el bisnieto). Por esa fidelidad del narrador a la mirada femenina, las referencias de acontecimientos históricos trascendentales para la conformación del México moderno adquieren resonancias muy lejanas y a veces aparecen como mera información para situar el contexto temporal de Laura. El tiempo histórico en Los años con Laura Díaz es, pues, un elemento totalmente supeditado al tiempo individual, específicamente al tiempo de una mujer determinada por el siglo en que nace: si bien culta e independiente para la época, Laura es heredera aún de una tradición, una educación y unos atavismos propios de la cultura masculina en la que se desenvuelve. Por eso resulta atractivo asistir a la toma de conciencia de su ser femenino, al desarrollo de una personalidad propia no sometida ya al hombre, y al logro de su madurez como ser humano y artista independiente (a los sesenta años encuentra su vocación como fotógrafa). Sin embargo, aunque no lo parezca, la novela no es la descripción naturalista de la vida de Laura, sino fundamentalmente la narración veraz del retrato —no siempre logrado— de la toma de conciencia de esta mujer. Por ello, insisto, muchos sucesos parecen no desarrollados. Es a través de esta conciencia como conocemos al mundo masculino que rodea al personaje: los tres Santiagos —todos muertos jóvenes, en circunstancias trágicas, símbolos de los ideales políticos y artísticos abortados—; Juan Francisco López Green, el marido que traiciona sus principios revolucionarios —símbolo del obrerismo cooptado por el gobierno—; Orlando X, el primer amante —quien representa la frivolidad del mundo artístico y el esnobismo cultural del México de los cuarenta—; Jorge Maura, el amor de su vida —símbolo de los ideales comunistas y republicanos españoles que en la derrota busca refugio en el misticismo y la fe—; Harry Jaffe, amante en la vejez —que introduce en la novela el tema de la cacería de brujas del macartismo contra los escritores norteamericanos pro-izquierdistas—; todos ellos una pasión y un aprendizaje, todos ellos hitos en el camino hacia la propia libertad de Laura, hacia la voluntad creativa, hacia la sabiduría de vida: felices en la pasión, dolorosos en el desamor y en la soledad. La utilización de ciertos recursos formales es casi siempre afortunada. Por ejemplo, la técnica del montaje ha permitido al autor ubicar a Laura cerca de personajes reales como Diego Rivera y Frida Khalo y en tertulias literarias en medio de figuras prominentes de la intelectualidad de los cuarenta y cincuenta. Sin embargo, por alguna razón, pese a que en algunos casos se interrelaciona con ellos siempre aparece como una mirada que sólo registra y no como una presencia que realmente convive. Un logro notable, en cambio, es la manipulación por parte del narrador del tiempo anecdótico. Dentro de un mismo suceso hay sutiles anticipaciones de lo que vendrá o regresos al pasado sin que necesariamente éstos se traten de flash back. Y finalmente, el cambio de voz narrativa sin previo aviso permite al autor acercamientos flexibles entre el lector y el habla del personaje; es decir, el narrador obtiene los beneficios de la primera persona sin perder las ventajas de la tercera. Novela de múltiples lecturas, novela polémica —ante la cual la crítica ha reaccionado visceralmente tanto a favor como en contra—, Los años con Laura Díaz es sin duda un esfuerzo narrativo portentoso que ofrece una visión épica de la memoria individual y colectiva de nuestro siglo mexicano desde una mirada femenina, y representa hoy por hoy una lectura necesaria para el lector mexicano y una obra fundamental para entender el universo novelístico de Carlos Fuentes.