Paul Auster: Una novela explosiva

Miguel Ángel Meza

Hacía tiempo que no leía una novela como Leviatán, ni descubría a un escritor como Paul Auster. Leviatán (Anagrama, 1992) es el tipo de libro que mantiene en vilo a cualquier lector y no lo deja hasta que, literalmente, éste se ha bebido la última línea. En sus casi 270 páginas, el escritor norteamericano ha reunido los ingredientes necesarios para elaborar un coctel explosivo de ficción, en donde sobresalen el amor y la amistad, pero, sobre todo, dilemas existenciales contemporáneos acuciantes, entre ellos la búsqueda desesperada de una verdad íntima a la cual aferrarse en un mundo fragmentado, donde la relatividad moral y el individualismo narcisista han hecho del caos nuestra única certeza. Auster engancha al lector desde la primera frase del libro, lo seduce con el relato vívido de personajes singulares e incluso excéntricos y lo retiene con una prosa ágil y escueta, bien construida, sometida a un ritmo vertiginoso que empata eficazmente con la intensidad de las acciones que se narran. El arranque no puede ser más atractivo: “Hace seis días un hombre voló en pedazos al borde de una carretera en el norte de Wisconsin. No hubo testigos, pero al parecer estaba sentado en la hierba junto a su coche aparcado cuando la bomba que estaba fabricando estalló accidentalmente”. Uno imagina entonces que a partir de ese momento leerá el relato de un hecho policíaco o de aventuras. Y aunque en cierta forma lo es, en realidad es muchísimo más que eso: se trata de la biografía de un escritor, Benjamín Sachs, contada por otro escritor, Peter Aaron, una biografía que en un principio descubre a un hombre no excesivamente extraordinario —encarcelado por negarse a participar en la guerra de Vietnam a causa de sus ideas políticas y autor de una sola novela que lo vuelve escritor de culto a temprana edad—, pero que luego se convierte en la viva imagen de la complejidad del individuo contemporáneo que se debate entre la acción política o el pensamiento, entre la literatura o el compromiso social, en suma, entre la realidad y la ficción. Ambientada en la Norteamérica contemporánea —la mayoría de los sucesos ocurren entre Nueva York y Nueva Inglaterra entre 1980 y 1990— por la novela desfilan básicamente seis personajes centrales, todos ellos a cual más extraordinario. Benjamín Sachs, el protagonista, alrededor del cual giran los demás, objetor de conciencia, presunto asesino y paradigma del hombre que lucha por sus convicciones hasta las últimas consecuencias. Sachs —inteligente, brillante, neurótico a su manera— encarna sin duda la parte heroica que cada uno lleva dentro de sí, lo mejor de cada uno de nosotros. Y aunque nos parezca patética o inútil su final decisión, nos queda al menos la certeza de que siquiera Ben tuvo el coraje para llevar a cabo aquello que le daba sentido a su existencia pese a poner en juego su vida. Peter Aaron —alter ego de Paul Auster— es el escritor exitoso que batalla con cada palabra que escribe, el que decide contar la historia de su amigo Sachs para ofrecernos su propia versión antes de que otros la distorsionen, y el que, al hacerlo, se va descubriendo a sí mismo como un ser de múltiples contradicciones, con sus propios altibajos, en toda la magnitud de su angustiada búsqueda de la felicidad. Papel central juegan las mujeres en esta historia. Fanny, María y Lilian nos enamoran cada una a su manera. Son seres de vitalidad subyugante e intelectualmente independientes. Seres frágiles también en un mundo despiadado, del cual aprenden a defenderse con inteligencia y sensibilidad. Paradigmas de la mujer de los ochenta, anticonvencionales como parejas, liberales en el sentido amplio de la palabra, pero profundamente apasionadas, capaces de volver su laberinto existencial un lugar bello para vivir, con imaginación y respuestas creativas ante la complejidad de la vida. Subyace en Leviatán una tesis práctica acerca de la coincidencia. Los hechos no suceden gratuitamente. Todo determina el destino de los personajes. O, mejor dicho, el azar se encadena de tal modo a las circunstancias que la vida se ve sometida a la fatalidad, en donde la libre determinación sólo tiene sentido si obedece a nuestras más profundas percepciones. Perteneciente a una tradición conspicua dentro de la literatura norteamericana —hay en su estilo resonancias del mejor Hemingway y Chandler, de Capote y Styron—, Auster es autor de la llamada “Trilogía de Nueva York” (Ciudad de cristal, Fantasmas y La habitación cerrada). Ha escrito también El país de las últimas cosas, La invención de la soledad y El palacio de la luna, novela con la cual se consagró internacionalmente.Leviatán es una obra brillante, perfecta. Por su factura y su contenido, es una novela con un poderoso motor que la impulsa siempre hacia adelante y que genera en el lector el deseo de que no acabe nunca. (Publicada en noviembre de 1995 en La Crónica de Cancún).
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