José Agustín: El viaje continúa

 

Miguel Ángel Meza

Entre otros, uno de los temas más destacables en Dos horas de sol (Seix Barral, 1994), es el del viaje y sus implicaciones de aventura, de movimiento en doble sentido —exterior e interior— y de hallazgo del otro y de los otros, lo que deviene finalmente en exploración y mutación de uno mismo. El viaje como aventura es un tema recurrente en la obra de José Agustín. Pienso, por ejemplo, en las novelas Se está haciendo tarde (final en laguna) (1978) y en Ciudades desiertas (1982), cuyos personajes aventuran sus pasos por escenarios —Acapulco y Estados Unidos, respectivamente— en donde desarrollan conflictos que los van a enfrentar con su realidad exterior. Estos conflictos son, a su vez, auténticos choques de conciencia que significan descensos a los propios infiernos: desde ahí se sale condenado o purificado, pero siempre con una experiencia nueva y enriquecedora. En el viaje se está dispuesto a correr los riesgos, se desatan las amarras morales y se cae con relativa facilidad en los excesos, en actitudes y comportamientos que se mantuvieron reprimidos durante mucho tiempo y que, ahora, en una atmósfera diferente, se revelan como parte esencial de la propia personalidad. Este es el caso de los protagonistas de Dos horas de sol. En esta novela, dos editores de una revista defeña viajan a Acapulco con la intención de realizar un superreportaje del otrora prestigiado puerto; y, además, piensan divertirse mientras hacen su labor. No obstante, nada sale como ellos lo habían planeado. Un huracán los atrapa en la costa y toda la novela transcurre en un inclemente recorrido bajo la lluvia, lo cual los enfrenta a un Acapulco insólito, a un Acapulco que ahora ven desde una perspectiva totalmente inédita. En este sentido, el afamado puerto se nos revela como un personaje más de la novela. Ya no es el lugar edénico, de clima ideal y servicios turísticos de primera, que sirve de telón de fondo para las correrías de sus visitantes. Su rostro, maquillado por la publicidad y por la tradición del placer, ha sido deslavado por los aguaceros y la crisis socioeconómica que golpea a todo el país. A la par de los protagonistas, recorremos un paisaje contaminado y sucio, casi decadente, con graves problemas de corrupción política, socavado por los conflictos sociales y la presencia del narcotráfico. José Agustín no desaprovecha nada al respecto. Sus personajes son los hilos conductores por los cuales el autor lanza una aguda crítica a la grave deformación que sufre el lugar que lo vio nacer, al que ama y conoce muy bien. La novela del escritor mexicano más consistente de la llamada “Generación de la Onda” muestra también la confrontación de dos tipos de intelectual, predominantes en la actualidad cultural del país, de dos concepciones de vida opuestas, que, no obstante, no eluden la amistad ni la ternura ni la comprensión. Por un lado, el intelectual yuppie, frívolo y adinerado, quien en su legítimo afán de hacer de su mundo un sitio disfrutable y refinado, cae en un hedonismo ultra tecnificado y cínico. Este hedonismo logra buenos momentos de culto al placer, pero —en su desbocada carrera por conseguirlo— se olvida de la presencia de los demás, se vuelve prepotente e impositivo y deviene en un individualismo narcisista que lleva a la soledad y al vacío como estaciones no señaladas en el mapa de su mundanidad, pues el camino es la saturación: drogas, alcohol, sexo y dinero. Y, por otro, el intelectual de clase media, desposeído de los medios de producción, cuyo tiempo y saber han sido vendidos a castrantes horarios de oficina para sobrevivir. Su erudición y su sarcasmo son sus únicas riquezas en una sociedad que ha transformado la cultura en un producto de masas, sin aristas de rebeldía, como un aderezo rosa para decorar las cultas pláticas de las damas de élite, y de la nueva camada de empresarios emanados de la presente era neoliberal. Dos horas de sol expone, asimismo, dos actitudes ante el sexo y una crítica a la forma machista de asumirlo por parte de los protagonistas mexicanos ante las norteamericanas que, en tal campo, demuestran muchas horas de vuelo, una frialdad sorprendente y un deseo loable por hacer del coito una experiencia creativa, comprometida y, sobre todo, más compleja. Resalta aquí el erotismo descarnado y realista, un erotismo sin concesiones a falsos pudores. No podía faltar —como no falta en ninguna de las otras novelas del autor— la presencia de las drogas como agentes liberadores de conciencia y convivencia, como detonadores de máscaras que obligan a exhibir, sin falsos moralismos, facetas insospechadas de la personalidad, ángeles o demonios que nos inician en un viaje que tan pronto conduce al paraíso también lleva a infiernos privados en donde se hallan túneles y laberintos sin salida, con espejos que nos enfrentan a nosotros mismos. La novela de Agustín es también un homenaje al rock marginal, del cual el escritor es un fanático y un gran conocedor (es el primer crítico de rock en México). Desde su culto a The Doors. The Cure, The Feelies, Peter Murphy, y los Waterboys, pasando por Inspiral Carpet, The The y The Jesus and Mary Chain, hasta Brian Eno, Roxy Music y Dead Can Dance, el personaje demuestra que la música no lo traiciona, que en determinados momentos lo salva, se vuelve aliada y es una ventana por la cual uno se asoma a un más allá gratificante, siempre revelador.Dos horas de sol es una de las mejores obras de José Agustín, la más lograda y la más madura. Exhibe a un narrador con pleno dominio de su instrumento, su técnica y sus temas. Sin necesidad de recurrir a experimentalismos sorpresivos o irreverentes, fiel a un lenguaje coloquial que no se excede en la procacidad o la simpleza, con las elaboraciones artísticas necesarias para equilibrar, con un humor juguetón y seductor y con una técnica sencilla —la novela es lineal y maneja dos narradores alternados en primera y tercera persona—, el escritor mexicano continúa su viaje por la literatura luego de varios años de silencio. Y lo hace con esta obra que se convierte en una experiencia deliciosa para el lector, ligera pero no trivial, una experiencia que impide que el libro caiga de sus manos. (Publicada en 1995 en La crónica de Cancún).
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