Miguel Ángel Meza
En el ámbito de las lecturas, no hay nada comparable al placer del hallazgo. Descubrir a un autor del cual se desconoce todo y enfrentarse virgen a su obra, aporta sin duda una recompensa intelectual que sólo valora cabalmente quien ha vivido la experiencia, sobre todo cuando ésta va acompañada, además, del deleite estético. Haberme encontrado con Annam (Alfaguara, 1998), la ópera prima del escritor francés Christophe Bataille ha resultado, en ese sentido, una grata sorpresa por varias razones. Primero, por la plasticidad poética de la solución para un tema histórico de visos exóticos; segundo, por el talento del joven autor —escribió la novela a los 21 años—; y, tercero, porque la obra permite al lector la revaloración del gusto elemental por la forma sencilla para contar una historia. Ganadora en 1993 del Prix du Premier Roman, Annam es una obra extraña debido al exotismo de su incursión temática. La historia de una expedición de misioneros católicos franceses del siglo XVIII que pretenden evangelizar un Vietnam convulsionado por las luchas internas, haría pensar en una narración de corte realista basada en una investigación escrupulosa de un hecho histórico poco documentado. Sin embargo, el seguimiento del itinerario y del trabajo de los misioneros en tierras de infieles por parte de las autoridades de la iglesia, se volvió tarea casi imposible debido a las vicisitudes del correo de la época y, principalmente, a causa de la persecución religiosa desencadenada por la Revolución francesa. Así pues, muchos de los archivos católicos fueron destruidos por los revolucionarios y, por supuesto, los correspondientes a la expedición que se narra en la obra. Esta falta de información fidedigna permite al novel escritor recrear libremente una historia que probablemente le fue transmitida durante su estancia en el colegio católico en el que estudió. La insólita aventura de misioneros y soldados que emprenden un viaje temerario a tierras orientales, lejanas y desconocidas, y los peligros a los que se ven sometidos en nombre de la difusión de la palabra de Dios, se va convirtiendo poco a poco en una auténtica aventura del espíritu que los enfrenta a sus pasiones, a la naturaleza salvaje del paisaje oriental, a su propias limitaciones y, sobre todo, al cuestionamiento de su fe: van olvidando la razón inicial del viaje, se integran poco a poco a la cultura que pretendían transformar y se limitan a sobrevivir en medio de una situación desconocida y a veces hostil, entre campos de arroz, chozas de lodo y bambú, nativos indiferentes y tormentas tropicales. Si bien Annam ilustra con dramática naturalidad el choque de las antípodas —dos cosmovisones que conservan sus tradiciones ancestrales y dos culturas con hábitos y formas de vida distintos— la novela es en realidad la historia del abandono y la soledad. Al perder contacto con sus superiores —uno de ellos, el promotor de la expedición, ha muerto— y al ser considerados desaparecidos —incluso se oficia una misa en su honor y la expedición francesa a Vietnam es olvidada—, los misioneros viven la angustia del sinsentido de su misión. Francia y el Rey los ha olvidado. Por eso, Annam es, también, la historia de la pérdida y del exilio. Nacionalidad, creencias, patria pierden sentido en un lugar que los mira como extraños. Tengo la impresión de que el joven Bataille conservó el tono y el ritmo que emplearon quienes le contaron la historia, y así nos la transmitió. Me atrevo a imaginar a dos religiosos, seguramente ancianos, susurrándole esta aventura, legendaria ya en la transmisión de boca a oído, aderezada por la imaginación de nuevas versiones. De ahí el familiar encanto que posee. Es el estilo de la narración oral, enriquecido en este caso por la intensa plasticidad poética del lenguaje del autor. No es el estilo que se apoya en recursos poéticos explícitos —como la metáfora o la prosa poética que se deleita en el lenguaje per se—, sino aquel realista que emana del manejo sutil de ritmos interiores y delicados tonos en la descripción de situaciones, aun las más crudas. Esta sutileza impregna de sensualidad el relato. Por eso, aquella escena que describe el desbordamiento del sexo de los misioneros adquiere la belleza de un acto primigenio y ancestral, pues el contacto con el trópico ardiente, de follaje exuberante y tormentas intempestivas, es parte ya de la cotidianeidad de los misioneros. Traducida al español por Alberto Ruy Sánchez —a quien sin duda se debe la conservación de la plasticidad poética mencionada— Annam es una breve e intensa novela corta que cautiva de inmediato. Christophe Bataille, quien ha publicado además Ajenjo (1994) y El maestro relojero (1997), recupera para nosotros el raro encanto de las narraciones orales con enorme sutileza poética. (Publicada en Novedades de Quintana Roo, en 1999).