Miguel Ángel Meza
La materia prima del poema es el asombro. No podría ser de otra forma, si la actitud del sujeto lírico ante el mundo que le rodea es la fascinación, la pasión del pasmo, la defensa de la pureza de la mirada. No es un asombro que paraliza, sino una toma de conciencia poética generadora de emociones y sentimientos, de pasiones que se desbordan y buscan manifestarse para compartir la intensidad de la vivencia.
El vehículo para comunicar esta experiencia es el lenguaje lírico. Sólo a través de él se puede consagrar el instante en que ocurren estas vivencias —que son sutiles, fugaces, mínimos destellos en la marea de la experiencia vital—; pues el lenguaje corriente, el de todos los días, sirve sólo para el intercambio de experiencias utilitarias inmediatas: es excesivamente práctico. Y cuando expresa emociones, busca el concepto, la abstracción, la fórmula conocida; y se aleja de la raíz misma que alimenta la vivencia del sentimiento.
El lenguaje lírico busca de esta manera la verdad poética de la vivencia original. Esta verdad sólo se percibe —se intuye, se siente, se conoce con el alma— si en la enunciación del habla el poeta no duda. Cuando el poeta duda, el lenguaje poético deja de ser, se acerca a la manera del lenguaje corriente y corta la comunión entre dos seres que probablemente se habrían encontrado en el poema: el poeta, que falló al transmitir su intuición original; y el lector, que la hubiese recreado con su lectura. Cuando esto ocurre, se ha perdido entonces la identidad entre poeta y lector: cada uno vuelve a ser individuo y regresa a la soledad de su experiencia.
El que el sujeto lírico exprese dudas (el recurso más eficaz en la poesía a veces es la pregunta), no significa que el poeta dude. El sujeto lírico es el hablante en el poema; el poeta es el vehículo de este sujeto, el canal por el cual este hablante y su vivencia se expresan. El poeta debería manipular con seguridad y audacia los recursos formales de la retórica poética (imágenes poéticas, metáforas, ritmos, cadencias y toda clase de juegos verbales) para que el sujeto lírico pudiese manifestarse en plenitud, sin vacilar.
Cuando la seguridad de la voz permite dar cauce a la fascinación del sujeto lírico, éste fluye en una marea verbal que al inundar la página recrea el mundo. No sólo el mundo de la vivencia original, sino el tiempo de la emoción en que ocurrió la vivencia, la intuición misma de la vivencia. Este tiempo es un instante que ha dejado de ser y que debido a la gracia del poema fluye de nuevo. Primer movimiento: el instante se hace eterno en la palabra del poema; segundo movimiento: fluye de nuevo en la lectura de cada lector, quien recrea la vivencia, actualiza el asombro y hace suyo el poema.
Fotografía: La cuerda sensible (René Magritte).