Miguel Ángel Meza
La sexualidad femenina asumida con plenitud y sin culpa, la independencia de la mujer en un mundo edificado sobre un machismo atávico difícil de socavar y la valentía de las féminas para levantar universos propios, al margen de los hombres o contra ellos, son temas que han sido tratados de diversas maneras por los escritores mexicanos de las últimas décadas. Las protagonistas femeninas con fortaleza de espíritu y recio carácter, dotadas de insólita fuerza para enfrentar su cotidianidad existencial —en la familia, en la pareja o en la soledad—, no escasean en la literatura mexicana de fin de siglo. Sin embargo, tal vez pocos han enfrentado estos temas con tal originalidad y desenfado, con tal frialdad y ausencia de sentimentalismo como Leonardo da Jandra, el escritor chiapaneco que en 1986 deslumbró a la crítica con Entrecruzamientos, una ambiciosa trilogía de tesis y aventura que propone la restauración de la Utopía y la edificación de una nación espiritual fundada en la mexicanidad.
En Los caprichos de la piel (Seix Barral, 1996), Da Jandra se aleja de las densidades conceptuales e iniciáticas que supusieron aquellas obras, y abandona la experimentación lingüística de otra que les siguió (Tanatomicón), y entrega un libro gozoso, sensual y fresco, de lectura ágil y ligera, aun cuando sus contenidos temáticos se impregnan de las dramáticas vivencias cotidianas de sus mujeres protagonistas y ponen en discurso asuntos inquietantes como el alquiler de vientre, la promiscuidad mortal, la deificación femenina de Onán y, sobre todo, un tópico recurrente: los conflictos interraciales.
Las tres novelas cortas que conforman este libro retratan, pues, a personajes femeninos con tal vocación de individualidad y sentido de autonomía que uno no puede dejar de pensar en que son así las auténticas mujeres posmodernas de la era del vacío: antirrománticas, individualistas, conocedoras del poder sexual que ejercen sobre los hombres y sabias a la hora de utilizarlo, contra ellos si es necesario. En Los caprichos de la piel, Julia, Ingrid y Elena —las tres dotadas de belleza física y sensualidad extraordinarias— expresan de manera fría, y a veces despiadada, un doloroso resentimiento contra el mundo masculino y actúan en consecuencia.
Ambientadas en Huatulco, Oaxaca —en donde el autor reside desde finales de los setenta— las tres historias reflejan, sin embargo, universos distintos: el jerarquizado del turismo de lujo y sus sofisticados ofrecimientos a quienes puedan pagarlos; el de los jóvenes aventureros hedonistas, desencantados del neoliberalismo, que arriban diariamente a Zipolite, Puerto Ángel y pueblos aledaños, y que buscan en la filosofía del exceso y en la liberalidad de las conductas una salida al laberinto del sistema; y, finalmente, el de la pobreza extrema y la ignorancia de una joven nativa impetuosa, inteligente y solitaria al lado de la riqueza y el ocio de una pareja alemana que huye del ajuste de cuentas a los nazis. Como trasfondo de estos universos surgen, soterrados pero inocultables, odios y supremacías raciales que difícilmente se suavizan con los convencionalismos sociales y que se manifiestan de diversas maneras: en el trato preferencial o despótico, en la difícil convivencia de mexicanos con extranjeros —lo que provoca ríspidos choques culturales—, y en el encuentro presente de tradiciones de distinto cuño: la racional y lógica del europeo; y la irracional y mágica del mundo prehispánico.
Un vientre tan dulce, la primera novela, permite conocer la historia de una empresaria turística que reniega de su origen latino y alquila su vientre a extranjeros para procrear hijos que nunca conoce; Un destino casi inevitable, la segunda, narra la historia de una hermosa teutona que hace su descenso al infierno mexicano de la promiscuidad y la vejación sexual, y que, a su manera, se venga del abuso del mundo machista que la dañó; Del negro al amarillo, la tercera, relata la vida de una joven zapoteca que tras sufrir un intento de violación descubre los placeres de la autocomplacencia erótica y erige un mundo sensual, cerrado y mágico, en donde las mujeres rubias —primero las de las revistas femeninas, luego Marlene Dietrich— conforman la imagen de la belleza, el triunfo y el modelo a seguir en la vida.
Los caprichos de la piel, en suma, contiene tres novelas cortas fascinantes. La enorme fuerza narrativa del autor impide que uno abandone esta lectura fácilmente. La sensualidad naturalmente contextualizada y la originalidad en el tratamiento de los temas permiten, por otra parte, comprender un tipo de mujer cada vez más común en el mundo contemporáneo, más allá de sus particulares vicisitudes existenciales: una mujer muy independiente que no necesita de una pareja para construir sus propios universos, en la más inquietante de las soledades.